El totalitarismo

 



El totalitarismo



 

 El sistema totalitario no es únicamente una dictadura, no es sólo una tiranía cruel.

Es algo más: es la identificación completa del Estado con la sociedad civil, la

conversión de ciertos seres humanos en tipos superfluos. No es que el totalitarismo

persiga sañudamente a sus enemigos, que elimine a los adversarios, que suprima

cualquier forma de disidencia o controversia o conflicto. Lo significativo del totalitarismo

es que no se concibe nada sin el Estado: por eso, las instancias intermedias de la

sociedad civil o son destruidas o son absolutamente controladas por los hombres del

partido único.  


Así llamó a su doctrina fascista el dictador italiano Benito Mussolini (1883-1945),

cuyo eslogan político era “Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del

Estado, nada contra el Estado”.  


Aunque el totalitarismo y el autoritarismo son formas de dictadura, y son sistemas

políticos que conceden poder ilimitado a un líder carismático, no son en absoluto sinónimos.

La diferencia tiene que ver con el proyecto político que cada una propone, sea

del signo ideológico que sea. 
 
Lo definitivo del totalitarismo es que al individuo se le expropia su individualidad,

su condición de ser moral: se piensa su existencia como sumisión, es decir, se le

fuerza a prestar su apoyo para poder sobrevivir o malvivir. Por eso, quienes no

se oponen devienen seres amorales. Aunque no se comentan crímenes, si se prospera

bajo un régimen totalitario embotando la conciencia, entonces uno sobrevive,

sí, pero acompañado de un asesino. No basta con pretextar que se es el engranaje

sustituible de un sistema: uno siempre puede oponerse a la prosperidad o a los

honores con que le tienta el régimen totalitario.


Alondra Bloise 

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